Silvana Navarrete Baeza.
CTS 104/ NCR 2070
“La cultura líquida moderna ya no siente que es una cultura de aprendizaje y acumulación, como las culturas registradas en los informes de historiadores y etnógrafos. A cambio, se nos aparece como una cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido.” (Zygmunt Bauman)
No podemos desconocer los aspectos importantes y aportes relevantes de la modernidad, como lo es el pensamiento crítico, cuestión que nos permite hoy hablar y criticar a la modernidad misma.
Es justo aclarar el uso de la crítica en el presente ensayo, la cual tiene como finalidad, resaltar aspectos o perspectivas de la modernidad, que, como producto de procesos sociales vitales y demandas latentes de la realidad social actual, exigen cambios que requieren de la deconstrucción y/o transformación de las formas de ver, analizar, estudiar, entender y comprender el mundo y a las personas que interactúan en él.
Por tanto, la crítica es un instrumento fundamental en todo proceso de mejora, ya que nos permite observar de manera constructiva todo aquello que requiere un cambio, en la búsqueda de la integración, igualdad, respeto y valoración del otro.
La modernidad nos ha sido presentada como una: “escenografía construida”, autoimagen de “armonía preestablecida” entre desarrollo científico-técnico; ético-político y, estético-expresivo de la sociedad” (Castro-Gómez, 1996), generando una base ideológica euro centrista, delimitando la conciencia moderna con respecto a lo verdadero, lo bueno y lo bello. Escenario que ha mostrado su lado más perverso, doloroso e inhumano, en las distintas guerras y golpes de estado, como también a través de la discriminación social de minorías, destrucción de la naturaleza e inflexibilidad política. Contextos socio-históricos que han puesto en tela de juicio el proyecto de la modernidad y su proceso de modernización.
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